En las alturas de los Andes, donde el aire es delgado y las condiciones agrícolas exigentes, surgió hace miles de años una tradición alimentaria rica, diversa y sorprendentemente moderna: la dieta andina. No se trata solo de un conjunto de alimentos tradicionales, sino de un modelo nutricional que reúne calidad, sostenibilidad y beneficios para la salud, según estudios recientes.
La dieta andina incluye cultivos autóctonos como la quinoa, kiwicha (amaranto), cañihua, tubérculos coloridos como la papa nativa y raíces adaptógenas como la maca. También formas de proteínas de origen animal menos comunes globalmente pero tradicionales en la región, como carne de camélidos y cuy. Estos alimentos ofrecen muchísimo más que calorías: su perfil nutricional está lleno de fibra, minerales como hierro, calcio, magnesio, antioxidantes y compuestos bioactivos que combaten inflamación.
Beneficios comprobados
Investigaciones recientes muestran que incluir alimentos andinos en la dieta mejora el control glicémico, reduce colesterol LDL y triglicéridos, y puede ayudar a mejorar parámetros metabólicos en personas con riesgo cardiovascular. Por ejemplo, estudios clínicos indican que la quinoa reduce los niveles de colesterol y ayuda a disminuir los lípidos dañinos cuando se integra de forma regular en la alimentación. La lupina andina también ha mostrado efectos favorables en personas con disglucemia, comparada con otras fuentes vegetales.
Otro buen ejemplo es la maca, que en ensayos controlados con adultos ha mejorado síntomas relacionados con la función hormonal, y ha ayudado en aspectos asociados al bienestar general, incluido el estado de ánimo y algunos indicadores de salud prostática.
Aspecto cultural e histórico
La dieta andina no es solo lo que se come, sino cómo se cultiva, cómo se prepara, y cómo se integra con el entorno. Civilizaciones antiguas usaban terrazas agrícolas, diversidad de cultivos adaptados al clima, conservación de semillas, y técnicas tradicionales para asegurar que la población tuviera alimentos nutritivos aun en condiciones difíciles. Esta sabiduría ancestral también favorece la resiliencia alimentaria, es decir, capacidad de seguir nutriéndose bien a pesar de cambios ambientales o climáticos.
Retos y lo que hay que tener presente
A pesar de sus ventajas, la dieta andina enfrenta desafíos. Primero, internacionalmente algunos de sus superalimentos han sido comercializados de forma intensiva, lo que ha llevado a monocultivos que disminuyen la biodiversidad y pueden afectar la sostenibilidad. Segundo, aún falta evidencia clínica de largo plazo para algunos componentes específicos, como determinar dosis óptimas de maca o lupinas para efectos concretos en salud masculina o hormonal.
Además, para muchas personas fuera de la región andina, acceder a estos ingredientes puede ser costoso o poco práctico, lo que limita la adopción plena de esta dieta tradicional.
¿Cómo incorporar la dieta andina hoy?
Sin necesidad de mudarse a los Andes, estas son algunas ideas prácticas:
- Iniciar con alimentos básicos más accesibles: quinoa, amaranto o papas nativas si se encuentran en tiendas especializadas.
- Reemplazar algunos granos procesados por granos ancestrales que ofrecen mejor perfil nutricional.
- Usar raíces como la maca en polvo como parte de batidos, yogures o recetas saludables, siempre de fuentes confiables.
- Priorizar variedad de tubérculos y vegetales de colores para aprovechar antioxidantes.
- Adoptar prácticas tradicionales de preparación: enjuagar granos, cocinar al vapor o hervir con poca agua, conservar pieles comestibles cuando corresponde para maximizar fibra y nutrientes.