Durante siglos, las anguilas han sido uno de los mayores enigmas de la biología. Son peces alargados y resistentes que habitan ríos, lagos y mares, pero nadie ha visto jamás cómo se reproducen. No se han observado huevos, ni cortejo, ni crías recién nacidas. Incluso grandes mentes de la historia, como Aristóteles y Sigmund Freud, dedicaron años a tratar de descubrir el secreto sin éxito.
Aristóteles fue el primero en intentar explicarlo. Al no encontrar órganos sexuales en las anguilas que diseccionó, concluyó que surgían espontáneamente del lodo y la humedad, una teoría que hoy parece absurda pero que se mantuvo vigente durante siglos. Más de dos mil años después, en el siglo XIX, un joven Sigmund Freud decidió enfrentar el mismo misterio. Antes de fundar el psicoanálisis, Freud estudió zoología en la Universidad de Viena. En 1876 viajó a Trieste, Italia, para investigar la anatomía de las anguilas en el laboratorio de zoología marina.
Allí diseccionó más de 400 ejemplares en busca de testículos que confirmaran que las anguilas eran peces con reproducción sexual. No encontró nada. Freud quedó frustrado y abandonó el proyecto, escribiendo que su búsqueda había sido inútil. Sin saberlo, estaba enfrentando uno de los mayores enigmas de la naturaleza: las anguilas europeas no desarrollan sus órganos sexuales hasta el final de su vida, justo antes de emprender su viaje al mar para reproducirse.
El misterio comenzó a resolverse recién a comienzos del siglo XX. Los científicos descubrieron que las anguilas europeas y americanas nacen en un mismo lugar: el Mar de los Sargazos, una región del Atlántico norte cubierta por algas flotantes. Allí, las anguilas adultas se reproducen y mueren. Las larvas, llamadas leptocéfalos, viajan miles de kilómetros con las corrientes oceánicas hasta llegar a las costas de Europa y América, donde crecen y maduran durante años. Luego, cuando están listas, regresan al Sargazo para repetir el ciclo.
A pesar de los avances, nadie ha presenciado directamente el acto de reproducción. Los científicos han rastreado el viaje de algunas anguilas mediante transmisores, pero las señales se pierden antes de llegar al corazón del Mar de los Sargazos. Hasta hoy, ningún humano ha visto una anguila adulta apareándose ni se ha fotografiado una puesta de huevos.
La anguila sigue siendo un recordatorio de que incluso en una era de satélites, drones y genética avanzada, la naturaleza aún guarda secretos intactos. Ni Aristóteles, ni Freud, ni los oceanógrafos modernos han logrado resolver por completo el rompecabezas. En el fondo del océano, en algún punto del Sargazo, las anguilas siguen cumpliendo su ciclo ancestral, ajenas a los siglos de curiosidad humana.