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El mundo habla por accidente: la historia de cómo los idiomas terminaron en los lugares menos esperados

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© Richard Thomas | Dreamstime.com

Los idiomas del mundo no siempre siguen la lógica del mapa. En América del Sur se habla portugués, en el Caribe se habla francés y en África se habla español. Lo que parece una casualidad geográfica es en realidad una larga historia de conquistas, errores de cálculo y accidentes que definieron cómo se comunica el planeta.

Todo empezó con un trazo equivocado. En 1494, España y Portugal firmaron el Tratado de Tordesillas, dividiendo el mundo con una línea imaginaria que separaba los territorios que ambos imperios “descubrirían”. Lo que los cartógrafos de la época no sabían era que esa línea, mal colocada en los mapas, le daba a Portugal una enorme porción de Sudamérica. Así nació Brasil portugués. Fue un simple error de medición que decidió el idioma de más de 200 millones de personas.

En el Caribe, la historia tiene un tono más violento. En la isla de La Española, los franceses tomaron el lado occidental, lo que hoy es Haití, y los españoles el oriental, hoy República Dominicana. De la mezcla de francés y lenguas africanas nació el criollo haitiano, un idioma de resistencia que sobrevivió incluso después de la independencia de Haití en 1804, la primera revolución de esclavos exitosa del mundo moderno.

En Louisiana, Estados Unidos, todavía se escucha el eco del francés. Los colonos conocidos como acadianos, expulsados de Canadá en el siglo XVIII, se establecieron en el sur del país y crearon el francés cajún. Su idioma sobrevivió entre pantanos y canciones, mucho después de que la región pasara a manos estadounidenses.

En África, el portugués y el francés se convirtieron en lenguas comunes por necesidad. En países como Angola, Mozambique o Cabo Verde, el portugués unificó a pueblos que hablaban decenas de idiomas locales. En Senegal y Costa de Marfil, el francés se volvió la lengua del gobierno y la educación, aun cuando la mayoría de los ciudadanos nunca ha pisado Francia.

Y si miramos hacia Asia, el mapa lingüístico se vuelve todavía más sorprendente. En Filipinas, tres siglos de dominio español fueron seguidos por la ocupación estadounidense. Hoy el inglés y el tagalo comparten estatus oficial, pero el español sigue escondido en palabras cotidianas como “mesa”, “kuwento” o “sapatos”.

Cada idioma es un mapa vivo. Detrás de las palabras que usamos hay guerras, tratados, colonias, migraciones y olvidos. Los imperios desaparecieron, pero las lenguas quedaron. Viajan con la gente, se mezclan, resisten y se reinventan.

El mundo no habla como fue planeado. Habla como fue conquistado, perdido y rehecho. Lo que hoy suena normal es, en realidad, el resultado de siglos de accidentes y azares. Y quizá esa sea la historia más humana de todas: la del idioma que nunca se quiso, pero se quedó.

El Especialito

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