El estudio del vino es mucho más que catar una copa y hablar de sabores. Desde hace miles de años, el vino ha acompañado a la humanidad en rituales, celebraciones y hasta en la medicina. Pero lo insólito es que, a pesar de ser tan común, todavía guarda secretos que la ciencia apenas empieza a desentrañar.
Los arqueólogos han encontrado vestigios de vino en vasijas de más de 7,000 años en Georgia y Armenia, lo que lo convierte en una de las bebidas fermentadas más antiguas conocidas. Nadie sabe con certeza cómo se “descubrió”, aunque la teoría más aceptada es que las uvas olvidadas en un recipiente fermentaron solas, dando nacimiento a una bebida con efectos tan sorprendentes que pronto se convirtió en objeto de culto.
Hoy en día, los enólogos estudian el vino con una precisión casi quirúrgica. Analizan desde el suelo donde crecen las vides hasta las levaduras microscópicas responsables de la fermentación. Aun así, hay fenómenos que escapan a toda explicación. Por ejemplo, los llamados “aromas fantasmas”: descriptores sensoriales que catadores profesionales identifican, pero que no siempre coinciden con compuestos químicos medibles en laboratorio.
El vino también desafía a la psicología. Experimentos han demostrado que muchas personas describen como “mejor” un vino cuando creen que es más caro, aunque en realidad sea el mismo líquido servido en otra botella. Este efecto placebo del paladar muestra que la experiencia del vino no depende solo del gusto, sino también de la mente.
Quizás lo más misterioso es que cada copa encierra siglos de historia, ciencia y cultura, y aún así logra seguir sorprendiéndonos. El estudio del vino es un recordatorio de que incluso en lo cotidiano puede haber enigmas dignos de un brindis.