La leyenda del Niño que Llora nació en los años cincuenta, pero su fama alcanzó su punto máximo entre las décadas de 1970 y 1980, cuando miles de hogares en Europa conservaban una reproducción del cuadro sin saber que pronto sería señalado como “maldito”. La obra, atribuida al pintor italiano Bruno Amadio, también conocido como Giovanni Bragolin, muestra a un niño con enormes ojos llorosos que parece mirar al espectador con una tristeza insondable. Su presencia, aparentemente inocente, se convirtió en objeto de superstición y temor popular.
Las reproducciones del cuadro se vendieron masivamente en tiendas de decoración y mercados, convirtiéndolo en un ícono visual de la posguerra. Pero todo cambió cuando comenzaron a circular relatos de incendios domésticos en los que, según los bomberos, el único objeto que quedaba intacto entre las cenizas era el cuadro del niño. Esa coincidencia alimentó el mito. De pronto, la leyenda del Niño que Llora dejó de ser una simple historia y se transformó en tema de conversación nacional.
Los tabloides británicos contribuyeron a la histeria colectiva. Publicaron testimonios de personas que afirmaban que su mala suerte empezó justo después de colocar el cuadro en casa. Otros decían que la imagen se caía por sí sola o que los ojos del niño parecían seguirlos por la habitación. La teoría más repetida aseguraba que el modelo del retrato era un huérfano cuyo hogar había ardido en un incendio fatal y que, de algún modo, su espíritu quedó atrapado en la pintura.
Con el tiempo, investigadores demostraron que el cuadro no tenía nada de sobrenatural. Su resistencia al fuego se debía a que estaba impreso en papel prensado y recubierto con un barniz ignífugo, un proceso común en la época. Sin embargo, la leyenda del Niño que Llora ya estaba instalada. Su fama se volvió inseparable de la idea del misterio y el peligro.
A pesar de las aclaraciones, la obra sigue provocando inquietud. Su popularidad en mercadillos, casas antiguas y tiendas de segunda mano demuestra que el mito sobrevive gracias a algo más profundo que una simple coincidencia. El rostro del niño, inmóvil y triste, refleja el temor humano a lo inexplicable y a las historias que nacen cuando el arte toca fibras ocultas.











