El 2 de octubre de 1968, la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se convirtió en escenario de una tragedia que cambió para siempre la historia de México. Miles de estudiantes se habían reunido en un mitin pacífico, parte de un movimiento que exigía libertades democráticas, el fin de la represión policial y un diálogo real con el gobierno. Faltaban apenas diez días para la inauguración de los Juegos Olímpicos en Ciudad de México, y el presidente Gustavo Díaz Ordaz quería demostrar al mundo una imagen de estabilidad. Lo que ocurrió aquella tarde mostró lo contrario.
Hacia el anochecer, tropas del Ejército y miembros del Batallón Olimpia rodearon la plaza. Testigos relataron que luces de bengala verdes y rojas en el cielo fueron la señal de inicio. En segundos comenzaron los disparos contra la multitud. Los estudiantes intentaron refugiarse en edificios cercanos, pero fueron perseguidos y detenidos. Madres, niños y vecinos que habían salido a observar también quedaron atrapados en medio del fuego. La plaza, llena momentos antes de consignas y pancartas, se transformó en un campo de muerte.
El número exacto de víctimas sigue siendo motivo de controversia. El gobierno reconoció oficialmente poco más de 30 muertos. Testigos, periodistas y organizaciones civiles han sostenido durante décadas que fueron cientos, quizá más de 300. Cientos más fueron heridos y alrededor de mil personas fueron arrestadas esa noche, muchas de ellas trasladadas a prisiones militares donde permanecieron incomunicadas.
La masacre de Tlatelolco no solo fue un ataque contra un movimiento estudiantil. Representó la fractura definitiva entre una generación que soñaba con un México democrático y un régimen que estaba dispuesto a todo para conservar el poder. La censura oficial intentó ocultar la magnitud de lo ocurrido. Los periódicos publicaron versiones ambiguas y la televisión apenas mencionó los hechos. Sin embargo, las imágenes de cadáveres en la plaza y los testimonios de sobrevivientes circularon clandestinamente, alimentando la indignación nacional e internacional.
Décadas después, el 2 de octubre sigue siendo un día de duelo y memoria en México. Cada año miles marchan con la consigna “2 de octubre no se olvida”, recordando no solo a las víctimas sino también la necesidad de mantener viva la exigencia de justicia. Documentos desclasificados en los últimos años han confirmado la participación directa del Ejército y el papel del Batallón Olimpia en el inicio de la masacre, pero nadie ha sido juzgado por los crímenes de esa noche.
La masacre de Tlatelolco dejó más que cifras. Dejó una cicatriz en la memoria colectiva mexicana, un recordatorio de cómo la represión puede silenciar voces, pero no borrar la verdad. Más de medio siglo después, la Plaza de las Tres Culturas sigue en pie, silenciosa, testigo de una noche en que las balas intentaron apagar un movimiento y terminaron encendiendo una herida que aún no cierra.