Cada octubre, padres de todo el mundo revisan con cuidado las bolsas de dulces de sus hijos, buscando agujas, vidrios o rastros de veneno. Desde hace décadas, el miedo a los dulces envenenados en Halloween ha formado parte de la tradición tanto como las calabazas y los disfraces. Pero, ¿de dónde viene este terror colectivo y qué tan cierto es?
El origen del mito se remonta a los años 70, cuando los medios estadounidenses empezaron a difundir historias sobre niños supuestamente envenenados con caramelos contaminados. Sin embargo, las investigaciones demostraron que la mayoría de los casos eran falsos o mal interpretados. En uno de los incidentes más citados, un niño murió tras consumir cianuro en Halloween, pero el responsable resultó ser su propio padre, quien buscaba cobrar un seguro de vida. Aun así, el miedo ya se había propagado y la idea de los dulces envenenados en Halloween se convirtió en un fenómeno cultural.
A lo largo de los años, no se ha encontrado evidencia de una sola campaña masiva o sistemática de contaminación de dulces. Las autoridades sanitarias lo confirman año tras año: los riesgos son mínimos, casi inexistentes. Aun así, la historia sigue viva porque mezcla dos ingredientes irresistibles para la mente humana: el miedo a lo desconocido y la vulnerabilidad de los niños.
El mito ha sido tan fuerte que transformó comportamientos. Algunas comunidades prohibieron el truco o trato, y muchos padres solo permiten dulces empaquetados por grandes marcas. Pero la realidad es que el peligro más grande de Halloween no está en los dulces, sino en el tráfico o en los disfraces con poca visibilidad.
El miedo a los dulces envenenados en Halloween demuestra cómo un rumor puede volverse tradición. A veces, los monstruos más persistentes no están en las calles, sino en la imaginación colectiva.