Rasputín fue asesinado en el Palacio Moika, en San Petersburgo, pero su muerte no logró silenciar el impacto que tuvo en los últimos años del Imperio ruso. Grigori Rasputín, un campesino convertido en místico, se transformó en una de las figuras más influyentes y temidas de la corte de los Romanov. Su ascenso no se debió a títulos ni cargos oficiales, sino a algo más poderoso: la desesperación de una familia imperial.
El heredero al trono, el zarevich Alekséi, padecía hemofilia, una enfermedad incurable y potencialmente mortal. Según los testimonios de la época, Rasputín logró aliviar sus crisis, ya fuera mediante hipnosis, sugestión o simples recomendaciones médicas que evitaban tratamientos dañinos. Para la zarina Alejandra, aquello fue suficiente. Desde entonces, el místico se convirtió en una figura indispensable, ganando acceso directo al poder.
El creciente protagonismo de Rasputín despertó un profundo rechazo entre nobles, políticos y miembros del clero. Su conducta escandalosa, su influencia en decisiones de Estado y los rumores sobre su relación con la zarina alimentaron la percepción de que el Imperio estaba siendo manipulado desde las sombras. La frase Rasputín asesinado en el Palacio Moika comenzó a tomar forma mucho antes de que el crimen ocurriera, como un deseo compartido por quienes veían en él una amenaza.
En diciembre de 1916, un grupo de aristócratas liderados por el príncipe Félix Yusúpov decidió actuar. Invitaron a Rasputín al Palacio Moika con la promesa de una velada privada. Lo que siguió entró en la historia como uno de los asesinatos más legendarios del siglo XX. Fue envenenado, baleado y golpeado. Finalmente, su cuerpo fue arrojado al río Neva. Aunque algunos detalles han sido exagerados con el tiempo, el hecho central permanece: Rasputín asesinado en el Palacio Moika marcó el principio del fin para la dinastía Romanov.
Pocos meses después, la Revolución rusa estalló y la familia imperial fue derrocada. Para muchos historiadores, Rasputín fue un síntoma de un sistema agotado, no la causa de su caída. Sin embargo, su figura sigue fascinando porque encarna la mezcla de fe, miedo y poder que definió los últimos días del imperio.
Hoy, Rasputín sigue siendo un personaje entre la historia y el mito. Un hombre cuya influencia fue tan real como el temor que inspiró, y cuya muerte no logró borrar su huella en uno de los momentos más oscuros de Rusia.









