En la noche del 21 de agosto de 1986, un fenómeno insólito transformó un lago aparentemente tranquilo en una trampa mortal. El lago Nyos, ubicado en el noroeste de Camerún, parecía inofensivo, rodeado de colinas y pequeñas aldeas. Pero en su interior guardaba un secreto que pocos imaginaban. Bajo sus aguas, durante años, se había acumulado dióxido de carbono filtrado desde las profundidades volcánicas de la tierra. Ese gas permanecía atrapado en el fondo, invisible y silencioso, esperando el momento de escapar.
Esa noche algo alteró el delicado equilibrio, tal vez un deslizamiento de tierra o un simple cambio en la presión. De repente, el lago liberó de golpe su carga oculta. Una nube gigantesca de CO₂ salió disparada y se desplazó con rapidez por el valle, cubriendo en cuestión de minutos varias aldeas enteras. No hubo fuego, ni explosión, ni advertencia alguna. El gas, invisible e inodoro, sofocó a todo lo que se encontraba en su camino.

Al amanecer, el panorama era aterrador. Más de 1,700 personas habían muerto sin mostrar señales de violencia, simplemente asfixiadas en sus casas o en los caminos. Miles de animales también yacían inmóviles, desde ganado hasta aves caídas en el suelo. Los pocos sobrevivientes contaron escenas de pesadilla: despertaron y encontraron a sus familias sin vida a su lado, o al salir de sus hogares vieron a vecinos y animales colapsados en un silencio sepulcral. El aire mismo se había convertido en un enemigo.
En un principio, muchos habitantes pensaron que se trataba de una maldición o un castigo divino. No había explicación lógica para tantas muertes súbitas en una sola noche. Sin embargo, los científicos pronto descubrieron la causa: una erupción límnica, un fenómeno extremadamente raro en el que un lago libera de golpe los gases acumulados en su interior. El Nyos había funcionado como una botella de refresco agitada durante años, hasta que finalmente explotó.
La tragedia puso en alerta a la comunidad científica internacional. Si un lago podía liberar tal cantidad de gas y matar a miles de personas en cuestión de horas, ¿qué ocurriría con otros lagos similares? Investigaciones posteriores revelaron que lugares como el lago Kivu, en África Central, también almacenaban grandes cantidades de dióxido de carbono y podían representar un riesgo incluso mayor. A partir de entonces se desarrollaron sistemas para liberar poco a poco el gas de estos lagos, una especie de “válvulas de escape” diseñadas para evitar que la historia se repitiera.
El desastre del lago Nyos quedó grabado en la memoria colectiva no solo por la magnitud de la tragedia, sino por lo extraño de su naturaleza. Un enemigo que no se ve, no se oye y no huele fue capaz de arrasar aldeas enteras en silencio. La idea de morir simplemente al respirar convirtió este suceso en uno de los episodios más inquietantes de la historia reciente.
Hoy, casi cuatro décadas después, el lago Nyos sigue bajo vigilancia, recordando al mundo que la naturaleza guarda misterios capaces de sorprender y aterrar. Lo ocurrido en Camerún en 1986 es una advertencia de que, incluso en lugares serenos y aparentemente pacíficos, pueden esconderse fuerzas invisibles con un poder devastador.