Novela semanal publicada en el periódico El Especialito.
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Por: Isis Sánchez / El Especialito
La cerradura tenía marcas recientes, como si alguien la hubiese forzado o usado hacía poco. Eleanor intentó girar la manija, pero estaba asegurada. Se arrodilló para mirar por la cerradura y vio algo blanco moviéndose dentro. Retrocedió bruscamente.
El pasillo estaba vacío. Ningún sonido, salvo su respiración entrecortada. Entonces oyó un ruido detrás de ella.
La voz grave de Mr. Harrow la hizo estremecerse.
Eleanor se volvió. Harrow estaba en el extremo del corredor, su silla de ruedas iluminada por la luz mortecina que entraba por una ventana. Su expresión era impasible, pero sus ojos la observaban con una mezcla de advertencia y curiosidad.
Me perdí, dijo ella con voz titubeante. Quería conocer mejor la distribución de la casa.
El ala oeste permanece cerrada por orden de Lady Ashcroft, respondió él con calma. Nadie tiene permiso de entrar.
Eleanor bajó la mirada, fingiendo obediencia, pero en su interior hervía la sospecha. ¿Por qué mantener cerrada una zona entera de la casa? ¿Y por qué esa habitación, precisamente la de su hermana, mostraba señales de uso reciente?
Cuando Harrow se retiró, Eleanor notó algo en el suelo, junto al marco de la puerta. Era un pequeño colgante de plata, cubierto de polvo. Lo recogió con cuidado. En su interior, grabado con letra diminuta, se leía un nombre: Elisa.
Sus dedos temblaron al cerrarlo.
Era el primer rastro. La primera prueba de que Elisa había estado allí, quizá incluso después de la noche en que todos creyeron que había muerto. El colgante no era solo plata y polvo. Era un testigo silencioso de su presencia, una señal de que la historia no terminó con su supuesta muerte.
Eleanor avanzó unos pasos más. Las puertas a cada lado del pasillo estaban cerradas, excepto una, al final del corredor. Supo sin dudar que aquella era la habitación de su hermana Elisa, aunque nunca antes la había visto.
Al volver sobre sus pasos, Eleanor sintió que los muros parecían observarla. Desde el fondo del corredor, donde la penumbra se hacía más densa, creyó ver por un instante una figura alta e inmóvil, que desapareció cuando parpadeó.
El silencio volvió a reinar, pesado como un secreto.
Eleanor sabía que no descansaría hasta abrir aquella puerta.
No terminaré hasta descubrir la verdad, se dijo en voz baja.
Mientras sus palabras se desvanecían, supo que Ravenscroft Hall la observaba, paciente y expectante, lista para revelar su próximo misterio. La casa aún no había terminado de hablar, y la verdad sobre su hermana seguía atrapada entre sus sombras.






