En la cima del planeta, donde el aire apenas sostiene la vida y las temperaturas pueden congelar un pensamiento, los sherpas y el Monte Everest parecen formar una sola historia. Desde hace siglos, este pueblo del Himalaya ha guiado expediciones por las montañas más implacables del mundo, convirtiéndose en los verdaderos héroes del alpinismo moderno. Muchos se preguntan si los sherpas son los únicos que deberían atreverse a escalar el Everest, y la ciencia ha empezado a responder con datos sorprendentes.
Estudios genéticos revelan que los sherpas y el Monte Everest están unidos por una evolución única. Su organismo se ha adaptado durante miles de años a la escasez de oxígeno: poseen una mayor eficiencia en el uso del mismo, menos producción de ácido láctico y una circulación sanguínea que soporta la altitud sin los efectos devastadores que otros sufren. Mientras un turista puede padecer mal de altura a los 3,000 metros, un sherpa trabaja sin dificultad a más de 5,000.
Estas adaptaciones, sin embargo, no hacen del Everest una conquista “solo para ellos”. Lo que sí revelan es la enorme diferencia entre quienes viven en equilibrio con la montaña y quienes la desafían por gloria. Los sherpas no escalan por récords ni fama, sino por supervivencia y respeto. Su relación con la montaña es espiritual: el Everest, o Chomolungma, es para ellos la “Madre del Universo”.
Cada temporada, los sherpas arriesgan su vida colocando cuerdas, escaleras y suministros para los escaladores extranjeros que buscan la cima. Muchos mueren sin que sus nombres aparezcan en los titulares. Son los verdaderos guardianes del techo del mundo, los que entienden que el Everest no se conquista, se honra.
Así que no, los sherpas no son los únicos que pueden subir, pero quizás son los únicos que realmente pertenecen allí. Entre el hielo y las nubes, ellos recuerdan que la montaña no se mide en metros, sino en respeto.