Aunque muchas personas toman leche a diario sin pensarlo dos veces, la realidad es que la mayoría de los adultos en el mundo son intolerantes a la lactosa. Solo un pequeño porcentaje puede digerirla sin problemas, y eso se debe a una mutación genética que permite al cuerpo seguir produciendo una enzima clave después de la infancia.
¿Qué es la intolerancia a la lactosa?
La lactosa es el azúcar natural de la leche. Para digerirla, el cuerpo necesita una enzima llamada lactasa, producida en el intestino delgado. Todos los bebés la generan en grandes cantidades, ya que su principal alimento es la leche materna. Pero en la mayoría de los humanos, la producción de lactasa disminuye drásticamente después de los primeros años de vida.
Cuando esto ocurre, la lactosa no se descompone correctamente y pasa al intestino grueso, donde las bacterias la fermentan. El resultado: gases, dolor abdominal, hinchazón y, en algunos casos, diarrea.
Una mutación que cambió la historia
Hace unos 10,000 años, en poblaciones del norte de Europa, una mutación genética permitió que los adultos siguieran produciendo lactasa durante toda su vida. Este cambio se conoce como persistencia de la lactasa y se convirtió en una ventaja evolutiva, especialmente en regiones donde la leche era una fuente crucial de nutrición.
Desde entonces, esta mutación se extendió a algunas poblaciones de África y Medio Oriente, donde el pastoreo también formaba parte de la vida cotidiana. Sin embargo, en la mayor parte del mundo , incluyendo Asia, América Latina y gran parte de África, la intolerancia a la lactosa sigue siendo la norma y no la excepción.
¿Qué significa esto hoy?
Ser intolerante a la lactosa no es una enfermedad, sino un rasgo genético completamente natural. De hecho, los científicos consideran que los intolerantes son los que conservan la biología original del ser humano, mientras que los que digieren la leche son la excepción evolutiva.
Las alternativas modernas, como las bebidas vegetales o los productos sin lactosa, permiten disfrutar del sabor de la leche sin malestar. Pero este descubrimiento genético también invita a reflexionar sobre cómo la evolución, el entorno y la cultura moldean lo que consideramos “normal” en nuestra alimentación.