La historia de Israel Keyes parece salida de una novela de terror, pero ocurrió en la vida real. Nació en 1978 en Utah y creció en un entorno aislado y marcado por el extremismo religioso. Desde joven mostró comportamientos perturbadores, como la crueldad hacia animales y una fascinación por las armas. Con el tiempo, se convertiría en uno de los asesinos en serie más calculadores de Estados Unidos, alguien que no buscaba la fama ni el caos público, sino la satisfacción de un plan macabro.
Lo que hacía a Keyes diferente de otros criminales era su meticulosa preparación. Durante años viajaba por el país y enterraba “kits de asesinato”: cubetas llenas de armas, municiones, químicos para deshacerse de cuerpos, dinero y herramientas. Los escondía en lugares apartados, listos para ser usados años después. Cuando sentía el impulso de matar, viajaba cientos de kilómetros, desenterraba un kit y atacaba al azar, evitando cualquier patrón que pudiera delatarlo.
Su primera víctima conocida fue Samantha Koenig, una joven barista de Alaska que secuestró en 2012. Tras asesinarla, Keyes usó su tarjeta de cajero automático y viajó miles de kilómetros mientras negociaba un rescate falso con la familia, incluso posando el cuerpo de Samantha para hacer creer que seguía viva. Este crimen llevó a su captura, y fue entonces cuando las autoridades descubrieron la magnitud de sus confesiones.
Durante los interrogatorios, Keyes admitió haber matado a varias personas en diferentes estados, aunque nunca reveló todos los nombres. Hablaba de sus crímenes con frialdad, como si fueran proyectos de ingeniería. La policía descubrió que había viajado constantemente dentro y fuera del país, y que su red de “kits de muerte” podía haberle permitido cometer asesinatos en cualquier parte de Estados Unidos sin dejar rastro.
En diciembre de 2012, antes de ir a juicio, Israel Keyes se suicidó en su celda de Alaska. Junto a su cuerpo dejó un extraño manifiesto escrito con su propia sangre, un texto críptico en el que mezclaba confesiones poéticas con alusiones a la muerte y al destino. Su decisión cerró la posibilidad de saber el número exacto de víctimas. Hasta hoy, el FBI cree que podría haber asesinado a más de una docena de personas, pero nunca se conocerá la cifra real.
El caso de Israel Keyes sigue siendo uno de los más insólitos en la criminología moderna. Su capacidad de planificación, su aparente vida normal como padre y empresario, y la frialdad con la que ejecutaba sus crímenes lo convierten en una figura aterradora. A diferencia de otros asesinos que buscaban reconocimiento, él quería ser olvidado, y en ese silencio dejó uno de los misterios criminales más inquietantes de nuestro tiempo.