El 11 de septiembre de 2001 dejó miles de imágenes dolorosas, pero ninguna tan perturbadora y misteriosa como la fotografía del Falling Man 11 de septiembre. Captada por el fotógrafo Richard Drew, muestra a un hombre cayendo desde la Torre Norte del World Trade Center, su cuerpo en perfecta verticalidad contra el fondo de acero y vidrio. En un día marcado por el caos, esta foto ofrecía un instante congelado de calma, tan bello como insoportable.
Un rostro sin nombre
Lo que hace aún más inquietante esta imagen es que, más de dos décadas después, nadie ha podido confirmar con certeza quién fue el hombre retratado. Durante años se pensó que podría tratarse de Norberto Hernández, pastelero del restaurante Windows on the World, pero su familia lo negó tras examinar la foto. Otros indicios apuntaron a Jonathan Briley, ingeniero de sonido que trabajaba en el piso 106, pero nunca hubo una identificación definitiva. Ese anonimato convirtió al “Hombre que cae” en símbolo universal del dolor de miles de familias que nunca recuperaron restos de sus seres queridos.
Una decisión imposible
El contexto también amplifica la tragedia. Cientos de personas quedaron atrapadas en los pisos superiores de las torres, sin salida y rodeadas de humo y llamas. Para algunos, lanzarse al vacío fue la única opción. Los testigos recordaron ver más de 200 personas cayendo aquel día. La foto de Drew se convirtió en un recordatorio brutal de esas decisiones imposibles, de la humanidad en su límite más cruel.
El debate y la memoria
La publicación de la imagen generó controversia en 2001. Algunos consideraron que era demasiado dolorosa, casi irrespetuosa. Otros defendieron que era una verdad que debía ser mostrada: el rostro anónimo de una víctima que no eligió morir, pero sí cómo enfrentar sus últimos segundos. Con el paso del tiempo, el “Falling Man” se transformó en parte de la memoria colectiva, un símbolo de tragedia y misterio que sigue interpelando a generaciones.
Una huella que no se borra
El Falling Man 11 de septiembre no es solo una fotografía. Es un enigma humano que resume el horror de aquel día, el vacío de quienes no tuvieron nombre ni tumba, y la dificultad de enfrentar el recuerdo. Cada aniversario, su silueta vuelve a aparecer como un espejo incómodo de la vulnerabilidad humana y del peso eterno de la memoria.