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La extraña y fascinante vida de Frida Kahlo

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Frida Kahlo sentada junto a un agave, foto de Toni Frissell, 1937./Foto de dominio público — Toni Frissell / Library of Congress.

La vida de Frida Kahlo es una de esas historias que parecen escritas por el destino con tintes de surrealismo. Nació en Coyoacán en 1907, aunque más tarde aseguraría haber nacido en 1910, el año de la Revolución Mexicana, para unir su existencia con el momento fundacional de su país. Desde niña conoció el dolor: a los seis años contrajo poliomielitis, lo que le dejó una pierna más delgada y la obligó a caminar con cojera, una marca física que más tarde transformaría en parte de su identidad.

Pero fue a los 18 años cuando su vida cambió para siempre. Un accidente de autobús casi la mata y le dejó secuelas de por vida: fracturas múltiples, una columna dañada y dolores constantes. Durante los largos meses de recuperación, Frida comenzó a pintar desde su cama, utilizando un espejo en el techo para retratar su propio rostro. De esa herida nació la artista que, con pinceladas crudas y simbólicas, convertiría su sufrimiento en arte.

Su vida amorosa fue tan intensa como su obra. Se casó con el muralista Diego Rivera, en una relación turbulenta marcada por infidelidades, separaciones y reconciliaciones. Sin embargo, Diego también fue su mayor cómplice artístico, alguien que reconoció su talento cuando aún era desconocida. Juntos construyeron una pareja que escandalizó a la sociedad mexicana: ella, con su estilo andrógino y sus vestidos tradicionales; él, con su fama de mujeriego y genio del muralismo.

La existencia de Frida también estuvo atravesada por pasiones inesperadas. Tuvo romances con hombres y mujeres, entre ellos el revolucionario León Trotsky, a quien alojó en la Casa Azul junto a su esposa. Viajó a Estados Unidos y París, donde fue celebrada por artistas como Picasso, Breton y Duchamp. A pesar de la admiración, siempre se sintió más auténtica en México, rodeada de colores, folklore y símbolos que alimentaban su pintura.

La enfermedad nunca la abandonó. Pasó por más de treinta operaciones, perdió la posibilidad de ser madre y en 1953 le amputaron una pierna. Sin embargo, su espíritu desafiante se mantuvo. En esa última etapa, asistía a sus exposiciones en camilla y declaraba frases que aún hoy la vuelven inmortal: “Pies, ¿para qué los quiero si tengo alas para volar?”.

Frida murió en 1954, con apenas 47 años, dejando tras de sí una obra cargada de autorretratos intensos, símbolos de sufrimiento, amor y resistencia. Su funeral fue tan extraño como su vida: colocaron su féretro abierto en el Palacio de Bellas Artes y, según testigos, al cerrar la tapa su cuerpo pareció esbozar una sonrisa. Desde entonces, su figura creció hasta convertirse en un ícono global de rebeldía, feminismo y arte sin concesiones.

Lo insólito de Frida Kahlo no fue solo su obra, sino la manera en que transformó el dolor en belleza, la tragedia en color y la fragilidad en mito. Su vida, entre el sufrimiento físico y la pasión desbordada, aún sorprende al mundo como un autorretrato vivo de lo imposible.

El Especialito

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