En el siglo XIV, en Portugal, nació un romance tan dramático que su leyenda ha sobrevivido hasta nuestros días. Pedro, príncipe heredero al trono, estaba comprometido por obligación política con Constanza de Castilla. Pero su corazón encontró otra dirección en Inês de Castro, dama de compañía de su prometida, con quien inició un affaire secreto que creció en intensidad y tensión hasta desencadenar una tragedia real.
Cuando la reina Constanza murió tras dar a luz al hijo de Pedro, el príncipe quiso hacer pública su relación con Inês. Pero su padre, el rey Alfonso IV, estaba furioso con la influencia que Inês y su familia ejercían sobre Pedro, especialmente sus hermanos, quienes algunos decían que conspiraban con Castilla para el trono portugués. El rey mandó matar a Inês en 1355, en los jardines del palacio en Coimbra.
La leyenda cuenta que Pedro, al convertirse en rey años después, desenterró el cuerpo de Inês y la coronó reina tras su muerte, obligando a la corte a rendirle pleitesía. Mandó que sus restos reposaran en un mausoleo gótico en el Monasterio de Alcobaça, frente a su propia tumba, para que pudieran mirarse de frente para siempre. Muchos creen que esta parte es mito, pero los monumentos siguen allí, y el simbolismo ha hecho que su historia se cuente una y otra vez.
Las tumbas, construidas entre 1358 y 1367, son obras funerarias espectaculares. Inês de Castro yace con una corona junto a Pedro, ambos representados en reposo. Sus sarcófagos muestran escenas bíblicas, ángeles que levantan capas del sudario y símbolos de eternidad. En el sarcófago de Pedro hay un perro a sus pies como símbolo de fidelidad.
Lo insólito de esta historia es cuánto mezcla realidad con mito: asesinatos reales, intrigas dinásticas, coronas post mortem y monumentos simbólicos que todavía atraen visitantes. En un mundo donde el amor muchas veces queda enterrado entre obligaciones, la leyenda de Pedro e Inês de Castro nos recuerda que hay amores que trascienden la muerte.
