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El experimento de Milgram: obediencia, poder y lo que revela sobre nosotros

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Manuscritos y archivos de la Universidad de Yale Participantes en uno de los experimentos de Stanley Milgram que examinaba la obediencia a la autoridad.

En 1961, poco después de los juicios de Nuremberg contra criminales nazis, el psicólogo Stanley Milgram de la Universidad de Yale quiso responder a una pregunta inquietante: ¿hasta qué punto las personas comunes obedecerían órdenes que dañan a otros? El resultado se convirtió en uno de los experimentos más famosos y perturbadores de la psicología social.

En el experimento de Milgram, un voluntario creía que estaba participando en un estudio sobre memoria y castigo. Se le pedía que aplicara descargas eléctricas cada vez más fuertes a otro “participante” (en realidad un actor). Aunque no había descargas reales, los gritos y súplicas del supuesto aprendiz eran convincentes. La mayoría de los voluntarios, bajo la presión de la figura de autoridad que insistía con frases como “El experimento requiere que continúe”, llegaron a aplicar el máximo voltaje. Cerca del 65 por ciento obedeció hasta el final.

Los hallazgos sacudieron a la sociedad. El estudio mostró que la obediencia a la autoridad podía llevar a personas comunes a cometer actos terribles, incluso si iban contra su conciencia. El experimento se repitió en diferentes países y con variaciones, y los resultados fueron consistentes: la mayoría obedecía órdenes, aunque el costo fuera el sufrimiento de otros.

Décadas después, las lecciones del experimento siguen vigentes. Se han usado para explicar cómo regímenes autoritarios logran que ciudadanos colaboren con atrocidades, cómo las dinámicas de poder funcionan en instituciones y por qué personas aparentemente corrientes participan en abusos colectivos. Más recientemente, estudios sobre ambientes laborales, acoso en línea y hasta el uso de redes sociales retoman las conclusiones de Milgram: cuando hay una figura de autoridad o un sistema que justifica las acciones, la gente tiende a obedecer más de lo que imagina.

Hoy el experimento de Milgram funciona como advertencia. Nos recuerda que la obediencia ciega puede ser peligrosa y que cuestionar órdenes injustas es un deber ético. En un mundo donde la presión de instituciones, gobiernos y hasta algoritmos digitales influye en nuestras decisiones, el mensaje de Milgram es claro: la capacidad de resistir la autoridad no es natural, debe cultivarse con conciencia y responsabilidad.

El Especialito

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