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La microbiota: el puente invisible entre el intestino y la salud mental

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Anna Castells se incorporó en 2019 a la Unidad de Endocrinología, Diabetes y Nutrición del Instituto de Investigación Biomédica de Girona (IDIBGI), donde fundó el laboratorio de Drosophila que estudia los mecanismos que regulan la relación entre el microbioma y la depresión. Imagen facilitada por la propia investigadora.

La microbiota, ese universo microscópico que habita en nuestra piel, tracto reproductor e intestino, es mucho más que un grupo de bacterias. Se trata de un ecosistema complejo donde también conviven virus y otros microorganismos que trabajan en simbiosis con nuestro cuerpo. Nos ayudan a producir vitaminas como la K y ácidos grasos esenciales, fortalecen nuestra inmunidad y, cada vez más, se les reconoce un papel clave en el funcionamiento del cerebro.

La bioquímica catalana Anna Castells, ganadora de uno de los premios L’Oréal-Unesco “For Women in Science”, dedica su carrera a desentrañar cómo la microbiota influye en la salud mental. Su investigación se centra en el eje microbiota-intestino-cerebro y en cómo estos diminutos habitantes pueden prevenir enfermedades como la depresión o incluso sustituir ciertos fármacos.

Un campo prometedor en plena expansión

Castells, licenciada en Biología y Bioquímica y con un máster en Neurociencias por la Universidad de Barcelona, se especializó durante su doctorado en los Países Bajos en el uso de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) como modelo para estudiar trastornos del neurodesarrollo. Desde 2019, dirige el laboratorio de Drosophila en el Instituto de Investigación Biomédica de Girona (IDIBGI), donde investiga los mecanismos que conectan la microbiota con la depresión.

Las técnicas de secuenciación masiva han permitido conocer a fondo la composición de la microbiota, identificar sus especies y descubrir funciones metabólicas antes desconocidas. Aunque la ciencia se centró primero en las bacterias, hoy también se reconoce la influencia de los virus que conviven con ellas en el intestino. El reto ahora es entender cómo cada uno de estos elementos interactúa y qué impacto tiene en la salud humana.

El intestino como segundo cerebro

Los estudios muestran que la microbiota intestinal no solo influye en la digestión o la inmunidad, también modula funciones cerebrales. Se ha comprobado que trasplantar microbiota de pacientes con depresión a ratones sanos puede inducirles conductas depresivas. En cambio, microbiota de individuos con altas capacidades cognitivas ha mejorado la memoria y el rendimiento de otros animales de laboratorio.

En su equipo, Castells ha descubierto que los niveles de prolina, un aminoácido presente en muchos alimentos, pueden estar ligados a la depresión. En 2022, encontraron que personas con niveles altos de prolina en sangre mostraban síntomas depresivos más marcados. La clave estaba en la microbiota: ciertas comunidades microbianas metabolizan más prolina, evitando que esta se acumule y ejerciendo un efecto protector contra la depresión.

Un biomarcador para el futuro

Mediante experimentos con ratones y moscas, el equipo de Castells comprobó que regular la concentración de prolina en el cerebro podía prevenir comportamientos depresivos. Este hallazgo abre la puerta a usar la microbiota como biomarcador para diagnosticar y diseñar tratamientos personalizados para problemas de salud mental.

Para Castells, aún queda mucho por investigar, pero cada avance confirma que cuidar nuestra microbiota podría ser tan importante como cuidar el corazón o el sistema inmunitario. Y, quizás en un futuro, la receta para la depresión no esté en una pastilla, sino en un equilibrio invisible que vive dentro de nosotros.

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