Una noche entera de horror vivieron los habitantes de la favela de la Penha, en Río de Janeiro, después del megaoperativo policial más letal en la historia reciente de la ciudad, que dejó decenas de muertos y una comunidad sumida en el miedo y la desesperación. Sin apoyo de las autoridades, fueron los propios vecinos quienes emprendieron la búsqueda de los cuerpos, entre ellos familiares y amigos desaparecidos.
Desde la madrugada del martes, una hilera de más de 50 cadáveres cubiertos con plásticos negros se extendía frente a una guardería pública en la plaza São Lucas, uno de los puntos neurálgicos de la comunidad. El olor era insoportable, pero los residentes permanecían allí, algunos intentando reconocer a los suyos.
“El Estado nos abandonó hace mucho tiempo y nos volvió a abandonar después de esta matanza”, dijo a EFE Rayune Díaz Ferreira, vecina de 36 años que buscaba a su primo. “Quienes están cargando los cuerpos somos nosotros mismos”.
Vecinos convertidos en rescatistas
Sin presencia oficial en la zona, los residentes de la favela —en su mayoría mujeres— organizaron una brigada improvisada para recuperar los cuerpos esparcidos en el bosque que bordea el Complejo de Alemão, donde se concentraron los enfrentamientos más violentos.
Con apenas una camilla y una furgoneta, los voluntarios avanzaron por caminos llenos de sangre, casquillos y restos de ropa. Algunos cadáveres, difíciles de alcanzar, exigían horas de esfuerzo para ser trasladados hasta la plaza principal.
La abogada Thais Loredo, del Instituto Anjos da Liberdade, quien acompañó la recuperación de los cuerpos, confirmó que varios presentaban signos de tortura.
Dudas sobre el número de víctimas
El balance oficial divulgado el martes hablaba de 64 muertos, cuatro de ellos policías, pero las autoridades no han aclarado si los cadáveres recuperados por los vecinos forman parte de esa cifra.
El operativo, en el que participaron 2.500 agentes, tenía como objetivo capturar a líderes del Comando Vermelho, una de las facciones criminales más antiguas y poderosas de Brasil.
Sin embargo, la magnitud de la violencia y la falta de transparencia han generado críticas de organismos de derechos humanos y de organizaciones civiles que denuncian excesos policiales y ejecuciones extrajudiciales.
Una favela en duelo
El barrio amaneció en silencio. Con los comercios cerrados y las calles aún marcadas por los tiroteos, los habitantes intentan volver a una normalidad imposible. “Todavía se oyen los ecos de las balas”, relata una residente.
Pese a que el transporte y los servicios públicos se reanudaron, la plaza São Lucas sigue convertida en un improvisado centro de duelo, donde decenas de familias buscan respuestas.
La operación, que debía reafirmar el control del Estado en una de las zonas más violentas de Río, terminó revelando una herida más profunda: la distancia entre la autoridad y los ciudadanos olvidados de las favelas.