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El secreto de la mansión – Capítulo 1 – Parte 2

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Había en ese hombre algo que desafiaba la lógica: una presencia que dominaba la sala incluso sin levantarse.

Se acercó a ella en su silla de ruedas: —Su hermana —dijo él, deteniéndose frente a ella— también quiso saber. —La memoria de esta casa no se cuenta con palabras —respondió—. Se siente. Se ve. Y a veces, se paga. Y su hermana pagó el precio.

Eleanor sintió que el suelo temblaba bajo sus pies.
El reloj del vestíbulo comenzó a sonar en la distancia, lento, pausado… cada campanada como un golpe de martillo en el aire.
Mr. Harrow susurró con una voz de miedo…Doce. Siempre doce.

Ese reloj del vestíbulo marcaba las doce con un campanilleo grave que parecía atravesar los muros de la vieja mansión. Eleanor, la nueva ama de llaves, se detuvo a mirarlo un segundo demasiado largo, con los labios fruncidos como si algo no encajara.

—¿Ese reloj siempre ha estado ahí? —preguntó, sin saber muy bien por qué. Había algo en su sonido… casi humano.

Eleanor alzó la mirada lentamente, sus ojos grises brillaban con una chispa que no supo descifrar.

—Dicen que se detuvo la noche del incendio, hace más de treinta años. —Su voz era baja, casi un susurro—. Pero volvió a andar justo ahora que usted llegó.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. El péndulo seguía oscilando, marcando un tiempo que parecía ajeno al nuestro.

—¿Y usted lo cree? —preguntó, intentando sonar casual.

Eleanor sostuvo la mirada por un momento inquietante antes de responder.

—En esta casa, señorita, hay cosas que no necesitan que uno crea en ellas para seguir ocurriendo.

Al doblar por el pasillo del ala este, me detuve frente al enorme espejo de marco dorado.

Ese espejo ha estado ahí desde siempre. Más tiempo del que cualquiera aquí quiera recordar, le dijo Mr. Harrow.

—Hay cosas en esta casa que no se muestran hasta que usted está lista para verlas.

Sus palabras me helaron la sangre. Volví la vista al espejo. Por un instante —sólo un parpadeo— juraría que vi algo moverse detrás de mí, pero al girarme… no había nadie.

Eleanor esbozó una sonrisa casi imperceptible.

—¿Y usted? —le pregunté con cuidado—. ¿Ve algo distinto cuando se mira?

—Yo nunca me miro en ese espejo, señorita. Y si quiere un consejo… usted tampoco debería hacerlo de noche.

— ¿Qué tiene que ver el reloj y el espejo del salón este? —preguntó, casi sin aliento—

Mr. Harrow no respondió de inmediato.
Su mirada se volvió hacia la ventana, donde la lluvia comenzaba a golpear el cristal.
—Son guardianes —murmuró al fin—. Uno del tiempo… el otro del reflejo.
Ambos mantienen cerrada la puerta entre este mundo y el otro.
Pero a veces, cuando alguien intenta cruzarla, algo… queda atrapado en el umbral.

Eleanor sintió un estremecimiento recorrerle la espalda.
El aire se volvió más frío, y en el espejo del rincón —cubierto con un velo de polvo— creyó ver una sombra moverse, un leve destello, como un rostro que se formaba y se desvanecía.

El Especialito

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