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El secreto de la mansión – Capítulo 1 – Parte 3

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El reloj dio la última campanada.
El sonido se extendió por toda la mansión, vibrando en las paredes, en los retratos, en el suelo mismo.
Mr. Harrow la observó en silencio, con una expresión que mezclaba compasión y advertencia.

—No despierte a la casa, señorita Eleanor —dijo con voz baja—. Ella recuerda demasiado.

Él hizo un leve gesto con la mano, y el sirviente desapareció en silencio.
—Su habitación está en el ala este. Le ruego no adentrarse aún en la parte oeste de la casa —añadió, con un brillo fugaz en la mirada—. Esa zona… permanece cerrada desde hace tiempo.

Eleanor asintió con cautela.
Sabía, por la carta de una antigua doncella, que su hermana Elisa había muerto precisamente en el ala oeste.

Mientras subía las escaleras, la llama de una vela parpadeó al paso de una corriente invisible. Y Eleanor juró escuchar —muy débil, casi un susurro— su nombre pronunciado en la distancia.

—Eleanor…

Se detuvo.
El pasillo estaba vacío.

Su corazón dio un salto.
La voz provenía del salón este que acababa de abandonar para instalarse en su habitación.

Avanzó despacio, cada paso resonando sobre la madera como si el suelo midiera su decisión.
El aire estaba cargado de electricidad. A medida que se acercaba, el tic-tac del reloj se mezclaba con otro sonido: un golpeteo suave, rítmico, como dedos tocando un cristal.

La puerta del salón se abrió con un leve quejido.
La penumbra se arremolinó dentro, espesa y azulada.
El espejo seguía allí, velado por la tela negra, pero el paño se agitaba levemente… respirando.

Eleanor se acercó, temblando.
— ¿Hermana? —susurró, sin entender por qué decía ese nombre en voz alta.

El golpeteo cesó.
Por un instante, todo se detuvo: el reloj, el aire, incluso el latido en sus sienes.
Luego, desde algún punto profundo del espejo, vino un sonido débil: una respiración.
Un sollozo.

La tela se movió, y bajo ella algo brilló —no la luz del fuego, sino un destello plateado, como si el cristal reflejara un rostro que no pertenecía a ese mundo.

Eleanor retrocedió un paso, con el corazón desbocado.
El reloj volvió a marcar las doce.
Y esta vez, entre las campanadas, escuchó un susurro claro, como una voz que emergía del eco mismo:

—No mires… aún.

Eleanor cerró los ojos, sintiendo que el suelo vibraba bajo sus pies, como si Ravenscroft entero exhalara un sólo aliento antiguo. Sólo el retrato de Lord Ashcroft la observaba desde la penumbra, con la misma severidad de antes.

Y, en ese instante, supo con certeza que Ravenscroft Hall no era un lugar cualquiera.
Era una casa que respiraba secretos.
Y uno de ellos… había costado la vida de su hermana.

El Especialito

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